Cap.02: Tribulaciones ante un cheque en blanco


Capítulo 2: Tribulaciones ante un cheque en blanco


       Pasados unos días sin tener noticias del profesor Lindsakar, y pensando que seguramente habría perdido el cacho de servilleta arrugada con mis datos, decidí llamarle porque no quería dejar pasar la oportunidad de sacar algo de pasta, ya que nunca ando precisamente sobrado de ella. Así que, como mi teléfono tenía restringidas las llamadas salientes por aquello de las facturas pendientes de pago, armado con el Magiclic bajé a llamarle desde la cabina que hay frente a mi casa.
El Magiclic es un maravilloso invento que, además de para encender el fuego de la cocina, sirve para llamar desde las cabinas telefónicas por el morro. Si arrancas el cabezal y aplicas sus cablecillos pelados al cuerpo metálico del aparato y te lías a dar clics, el infeliz teléfono se cree que le has echado monedillas y te permite llamar. Pero eso sí, tiene que ser una cabina de un modelo anterior al Pleistoceno porque a las modernas les han puesto un no se qué mierda de chip que dificulta enormemente la cuestión. Si es que el que no corre vuela.

Como el interfecto no estaba disponible le dejé en el contestador un recado de esos que da pena oírlos, todo tartamudeos y silencios espesos. Es que a mí no me pone mucho hablar con un contestador, me quedo mudo tras el pitidito hasta que me arranco balbuceando entrecortadamente que es algo penoso oír, y cuando consigo dominar el habla y voy a decir lo más importante suena otro pitido y se corta la llamada.

Sin embargo para algo debió servir mi mensaje porque al poco recibí un paquete por mensajero que contenía una cinta de vídeo y unos papelajos que me remitía el profesor Lindsakar.

Sintiéndome como los de Misión Imposible, introduje la cinta en el aparato de vídeo y me senté en el sillón a ver que salía, pero el aparato empezó a sonar muy malamente a atrancamiento con gemidos agónicos y crujidos que nada bueno presagiaban. O el sistema de autodestrucción de cinco segundos después de emitir el mensaje se había adelantado o aquella cinta de vídeo tenía algún virus informático, el caso es que me quedé sin poder ver su contenido. Además no hubo forma de sacar la cinta más que a trozos. Desgraciadamente algunos de los trozos eran del aparato de vídeo propiamente dicho, debido a lo cual el pobre no volvió nunca a ser lo que era.

Centré mi atención entonces en los papelajos adjuntos y vi entre ellos una carta del profesor Lindsakar que decía:
"Señor Járrison, le mando información para que pueda comenzar las pesquisas. Creo que debería usted empezar por buscar en los archivos judiciales el sumario cuyos datos figuran en la etiqueta adjunta que estaba pegada en el frasco que contenía el cerebro de que le hablé. Se los he apuntado al dorso. También le adjunto para sus honorarios y gastos un cheque bancario. He dejado en blanco la cantidad para que ponga usted la que estime pertinente. En asuntos de esta envergadura no me gusta regatear. En la cinta de vídeo le he grabado algunas imágenes extraídas de ese cerebro para que las vea con sus propios ojos. No hable con nadie de esto, últimamente he detectado que me vigilan. Tenga cuidado y sea discreto. En cuanto sepa algo hágamelo saber. Un saludo. Sabor Lindsakar."

Me quedé perplejo. ¿Existían en el mundo seres capaces de enviar cheques en blanco a gente como yo? Tal confianza no tenía parangón con nada conocido o por conocer. Me olvidé por completo de todo lo que no fuera pensar en qué cifra poner en el maldito cheque. El equilibrio entre la ambición y la prudencia no era lo mío. El único límite en la cantidad a poner era el saldo de la cuenta, dato que yo desconocía por completo, y aquello me martirizaba muy mucho. ¿De cuánto dinero dispondría aquel sabio loco? Por la forma de trasegárselo parecía que nadara en la abundancia. Aunque quizá, precisamente por cómo lo dilapidaba, ya no le quedara nada. Era tal el malestar que la duda me estaba produciendo que se me revolvieron las sardinas en aceite vegetal marca Alipende que me había ventilado para comer. Sólo había sido una latilla, pero había mojado pan en el aceite hasta acabármelo y se me venían los efluvios en forma de despiadados eructos volcánicos. ¿Y si ponía una cifra y me quedaba corto? ¡Que rabia me daría no haber puesto más! ¿Y si ponía otra cifra mayor y no me lo pagaban por no tener fondos? ¡Me quedaría sin un duro! Ya se sabe, la avaricia rompe el saco. Como no tenía mucha, por no decir ninguna, costumbre de cobrar cheques, no sabía, como luego descubrí, que si no alcanza el dinero de la cuenta para pagar un cheque te deben hacer un pago parcial hasta el montante disponible, anotar la contingencia al dorso del mencionado efecto bancario y devolvértelo para que reclames por la vía que estimes conveniente, civil o criminal, el remanente que haya quedado incobrado. De haberlo sabido no habría sufrido lo que sufrí con la duda, habría puesto la cifra más alta que imaginarse pueda un ser humano y santas pascuas, que me paguen hasta donde alcance.
No dormí, te lo juro, no dormí. Me pasé toda la puta noche a vueltas con el tema del jodido cheque.
Por la mañana estaba hecho polvo, pero había tomado una decisión, ir al banco a indagar un poco sobre el monto de pasta que tuvieran en esa cuenta. El cheque era de una sucursal siniestra del Banco Zaragozano, a tomar por culo de lejos, concretamente en el camino de Vinateros, aproximadamente a la altura de donde Cristo perdió el mechero.
No sé por qué pero nunca me han gustado bancos, así que cuando llegué no me atrevía a entrar y tras merodear un rato por los alrededores vi que me miraban desde dentro con recelo, creyendo seguramente que mis intenciones no eran todo lo honestas que debieran. Reprimí mi primer impulso de echar a correr calle abajo y haciendo de tripas corazón entré y me dirigí a la ventanilla poniendo cara de persona importante.
-Buenas, perdone, me han entregado un cheque de esta sucursal y quisiera saber si hay fondos en la cuenta.- Dije tras carraspear un par de veces porque en el primer intento no me había salido la voz.
-A ver, deme el cheque.
-Esto... es que me lo he dejado en casa y...
-Lo siento, si no me trae el cheque no le puedo informar.
¡Joder con los empleados de banca tú! A mi me dan un cague que no veas. Es que me hablan y ya estoy temblando.
Salí de allí con el rabo entre las piernas y busqué un bar donde sentarme a meditar, pero al parecer por aquellos andurriales la gente no precisa de meditaciones, porque por más vueltas que di, a pesar de que la calle se llamaba Camino de Vinateros, no vi ninguno. Al final me metí en una cabina a poner la cifra, pero me cegué. Primero puse mil, pero luego la ansiedad me pudo y le añadí un uno delante. Once mil. Luego me pareció que ya puestos podría haber puesto más, y convertí el uno en un nueve. Diecinueve mil machacantes. Aquello pintaba en oros. La vista se me nubló y ebrio de lujuria económica convertí el otro uno en un siete. Setenta y nueve mil eurazos. Al instante me pareció haber sido idiota por no haber puesto un nueve en lugar del siete. ¡Como si veinte mil euros no fueran nada, si en la puta vida los había visto ni juntos ni revueltos! Así que cambié el siete por un nueve. Aún me asaltó la idea de añadir otro nueve delante, pero novecientos noventa y nueve mil euros me pareció excesivo y frené mi borrachera de vampiro sediento de pasta gansa.
Los números no habían quedado mal, pero la cifra en letras la verdad es que había quedado de pena. A ver, tantas rectificaciones...
De todas formas mirándolo borroso tenía un pasar.
Convencido de haber hecho las cosas cojonudamente, me metí en el banco derechito a la caja, donde el encargado del asunto, con cara de mala hostia, me dijo:
-¡Ah, es usted¡ Veo que trae el cheque. Veamos.
Oye, fue verlo y echarse a reír sin poderse contener enseñándoles el cheque a sus compañeros el hijo la gran puta que no quieras saber que mal rato pasé.
-¡Bueno! ¿Que pasa?- acerté a balbucear finalmente.
-Caballero, perdone que me ría, pero es que tienes que reírte. ¡Y nada menos que noventa y nueve mil del ala! ¡Tendrá cara!
-¿Que pasa, no hay fondos?
-¿Fondos? Pero si esta cuenta nunca ha tenido más de cuatro duros, y ahora ni eso, está prácticamente a cero.
¡Vaya putada! ¿Para eso me había yo pasado la noche en vela dándole vueltas a la cifra que debía poner en el puto cheque? ¡No, si ya me extrañaba a mí que alguien me diera un cheque en blanco!
-Bueno, pues devuélvamelo que ya iré yo a hablar con el responsable de esto.-dije intentando fingirme ofendido y estafado.
-Si quiere puede llamarle desde aquí- Me dijo el empleado de más alto rango allí presente ofreciéndome con aparente sincero ademán su aparato telefónico. Y digo aparente porque en realidad lo hacía el muy cabrón para descojonarse oyendo mi conversación.
Llamé y hubo suerte, me cogió el teléfono.
-Esto.. buenas, soy Járrison, ya sabe... el ... esto... detective.
-¡Hombre, señor Járrison! ¿Usted recibió el envío mio?- me dijo.
Oía de fondo a los cabrones del banco troncharse de risa. No me dejaban concentrarme en mi conversación.
-Sí, sí, por eso le llamaba... Es que mire... estoy en el banco y me dicen que no pueden pagarme el cheque y eso.- le dije
-Y ¿Por qué es que no lo pagan? ¿Por cuánto dinero lo ha hecho usted?
-Bueno, yo, en fin, estas cosas llevan muchos gastos, ya se sabe...
-No me asuste usted señor Jarretón.
De pronto me di cuenta de que no podía decirle el montante por el que había hecho el cheque, era una pasada, un robo literalmente. Me quedé allí balbuceando medias palabras sin saber qué decir, intentando aparentar normalidad mientras los hijos de la gran puta de los empleados del banco se descojonaban vivos haciendo pedorretillas trompeteras y canturreando con el sonsonete de los niños de San Ildefonso: "Noventa y nueve mil euros", "Noventa y nueve mil euros". Y estallando en carcajadas cada vez menos contenidas. Yo seguía tartamudeando: yo, yo, yo… pues verá usted, esto...la cuestión es que...
Finalmente el empleado cuyo teléfono estaba usando me agarró sin miramientos el aparato, el de teléfono se entiende, y habló con esa voz que solamente los empleados de banca de alta graduación saben poner.
-Buenos días, soy Ramírez, subdirector de la sucursal, ¿Es usted el señor Lindsakar?...Verá usted, nos presentan al cobro un cheque contra su cuenta por la cantidad de noventa y nueve mil euros. ¿Ha emitido usted dicho efecto?... No, ya lo suponía,... sí..., claro, claro... Un señor, como le diría, peculiar... sí, si, ahora se pone.
-Que se ponga- Y me puse
-¡Pero hombre de Dios! ¿Que ha hecho usted? Le doy confianza y me sale con éstas. ¿Sinceramente señor Járreton, cree que se encuentra usted capacitado para llevar a cabo este encargo?
-Yo, mire, lo siento, me cegó la sed de dinero, ya ve.-Le contesté perdida ya toda esperanza de dar apariencia de normalidad a todo aquello
-Bueno, bueno, dígales que le paguen doscientos euros y ya haremos cuentas más adelante. Y téngame informado de sus progresos.
En pleno desplome de autoestima me dirigí cabizbajo al empleado bancario:
-Que dice que me paguen doscientos euros nada más.
-¿Doscientos? ¿Tendrá guasa?...Mire si quiere le pago hasta donde alcance el saldo, es su derecho.
-Ah, bueno, si se puede...
Me pagaron treinta y cinco cochinos euros.
Salí de allí sudando como un pollo. A mí los nervios se me salen por las axilas. En cuanto paso un mal rato me salen unos rodeles en la camisa que es un horror para la vista. Para ocultarlos pego mis brazos al cuerpo, lo que me produce un mayor aumento de sudoración en la zona de referencia, y ante la falta de ventilación comienzan los picores. Además me pongo rojo por la vergüenza. En fin, un drama.
Era tal mi desazón que para darme un respiro me metí en una tienda de todo a cien y a lo tonto a lo tonto me cepillé todo el capital en chorradas inservibles. Figuritas de resina made in China, enchufes triples, marcos para fotos, ya sabes. Lo único de provecho que pillé fue un cuaderno de autodefinidos. Me encantan, son tan fáciles... Lo malo es que se repiten más que las sardinas y en cuanto has hecho tres o cuatro vuelven a salir las mismas palabras absurdas que sólo existen en los crucigramas. Pero comprar es un placer para un consumópata como yo, no importa que lo que compres no sirva para nada, lo que importa es alimentar el mono de consumir por consumir. Así es este jodío mundo que nos ha tocado vivir.

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