Cap.14 - Tranquilo, en la segunda parte todo esto tiene relación

Capítulo 14

En la segunda parte todo tiene relación

Snoopy, el célebre novelista fracasado que escribía sobre el tejado de su casa, al ver como su novela era un cúmulo de escenas deslabazadas sin aparente hilazón entre sí, se dirigió a sus espectadores diciendo:

-"Tranquilos, en la segunda parte todo esto tiene relación."

Así que, si ni a un perro se le niega el beneficio de la duda, no me lo niegues a mí y sigue leyendo porque como verás ahora comienza esa segunda parte de mi historia en la que todo va encajando como un cubo de rubik en manos de un chino friki.

Ten en cuenta que yo, como Snoopy, no soy un novelista profesional, sino alguien que ha visto cosas que no creerías, que ha pasado por experiencias complicadas y que está intentando hacerte ver que no está loco para que le prestes la ayuda que tiene que pedirte. ¡Y que he salvado el mundo, coño, qué todo hay que decirlo! Y por lo tanto me merezco un poco de comprensión si de vez en cuando se me va la olla de picos pardos por los cerros de Úbeda.

Bueno, sigo. Por la mañana, un inclemente sol se coló sin piedad por los escaparates de Muebles el Chollón y nos despertó a Celine y a mí arrebuñados sobre una montaña de edredones y peluches, agotados como dos tortolitos enamorados tras una noche de bodas con despedida de solteros y solteras incorporada en el mismo pack.

Olía de puta madre a café recién hecho y a churros.

-Mi reino por un café con churros- Exclamé pensando que ese aroma estaba solamente en el rincón de mis deseos.

Pero a lo lejos se oyó la voz del Chepas diciendo:

-¡Oído cocina!- Y al poco apareció trayendo una bandeja de plata con una jarra de cafetera Melita llena de humeante y aromático café negro recién hecho y dos fantásticas docenas de churros todavía calentitos, ensartados en un junco y todo. No podíamos creerlo. Dejó la bandeja sobre una alfombra persa, llenó de café tres generosas tazas de cristal tallado y de una lámpara de pie que allí había colgó el junco de los churros.

Nos envolvimos en sábanas a modo de túnicas romanas y medio recostados nos pusimos a zampar churros antes de que se les pasara el apresto, cogiéndolos del racimo colgante como si de uvas de una parra se trataran. Sólo nos faltaban una coronas de laurel.

-Coman, que me huelgo de verlos comer.- Nos decía parafraseando al licenciado Cabra mientras deglutíamos aquel manjar como dos dioses del Olimpo.

-¿Y güesa mercé no come?- Le preguntó Celine con un churro asomando de la boca demostrando un gran dominio de las lenguas muertas.

-A mí es que los churros me dan ardor de estómago. Prefiero no salirme de mi dieta- contestó sacando una bolsa de pan duro que tenía guardada en una alacena- Es de una tahona del pueblo de al lado que me guarda lo que les sobra. Son curruscos de pan candeal que ronchan que es una gloria bendita.

Y hermanados por aquel desayuno de domingo quedamos en tutearnos ya que éramos camaradas de la resistencia contra el poder de la burguesía explotadora.

Nos dijo que al alba se habían ido los dos pipiolos para coger la primera camioneta camino de Madrid y que habían dejado apuntados sus teléfonos para que les llamáramos si queríamos repetir la jugada, y que él se había acercado a Seseña a por churros, que como era domingo ponían un puesto ambulante en el polígono de al lado para los que salen de los Clubs de carretera o de la Disco el Bakalao Elekrocutao que se pone los sábados por la noche de bote en bote.

Yo le conté a Celine todo lo que, aunque muy confusamente, ya había ido recordado de lo que me había pasado desde que me freí los sesos con un amplificador de ondas telepáticas. Me acordaba vagamente del revolcón sin final feliz que nos habíamos dado en mi casa la noche de los buevos vivientes, y de cómo luego la vecina me medio secuestró, aprovechándose de mi enajenación mental transitoria, con fines poco claros, al menos al principio, porque al poco rato, se aclararon bastante cuando que me desperté desnudo, boca arriba y con ella encima enarbolando en una mano el albornoz rosa del Play Boy que acababa de quitarse y con la otra dándome en los ijares con una fusta, mientras cantaba aquella canción de Marisol que decía "arre arre caballito trota por la carretera...". Yo lo vivía todo como un sueño y en ese momento un tipo llamó a la puerta diciendo, con acento del este, cosas como "ábrreme Dulsinea mía que trraigo salchicha polaca buena que está diciendo comedme", y ella al oírlo me dijo que me escondiera en el baño, que era un camionero polaco grande como un armario ropero y que como me viera me trituraría vivo. Me acurruqué en el baño con un ataque de risa nerviosa incontrolable, seguramente producto de las hierbas chinas de San Pancracio, tapándome la cara con la toalla para que no se me oyera, pero cuando oí afuera las voces que daba el camionero polaco diciendo "¡Me cago en mi calavera, de quién ser estos putos pantalones!" y cosas así, toda la risa se convirtió en angustiosa paranoia y temiendo por mi vida salí por la ventana a un estrecho patio e intentando deslizarme por la bajante de los váteres se rompió la uralita de que estaba hecha y caí sobre un contenedor de la lavandería de abajo, lleno de ropa para lavar que me amortiguó el golpe. Salí de allí renqueando y me metí a tientas en la lavandería escondiéndome en el primer hueco que encontré, a esperar que pasara el temporal y olía tan bien a perfumes de las selvas del caribe que me quedé frito soñando que corría desnudo por una playa infinita persiguiendo enormes pompis de jabón que flotaban llevados por la brisa, saltando a cámara lenta para abrazarlos. Cuando me desperté me di cuenta de que estaba dentro de la lavadora gigante de de la que no podía salir, y que se puso en marcha. Afortunadamente alguien debió darse cuenta, me sacaron de allí medio muerto y me llevaron al hospital.

-¡Joder macho!-me dijo Celine- !Qué historias tan alucinantes te pasan! Tendrías que escribir una novela.-

-Pues no te digo yo que no. -Le dije- Lo que me está pasando de un tiempo a esta parte da hasta para una serie con varias temporadas.

Cuando hubimos dado buena cuenta de aquellos churros que eran un auténtico manjar de dioses, y mientras el Chepas se liaba un pitillo postguérrico de caldo de gallina Ideales que tenía unos tarugos de tal tamaño que más apaño harían ardiendo en una chimenea, le pregunté por el profesor Lindsakar, y me dijo que estando escondidos en el piso franco, que era la trastienda de una carbonería, salió para ir a Moyano a comprar el libro ese de Stephen Hawking sobre el tiempo para entender algunas anotaciones de la libreta roja que llevaba unos días traduciendo y no volvió. Él, temiéndose que lo hubieran capturado los de la CIA, y que bajo tortura cantara la ubicación de su refugio, había huido de allí, y desde entonces se alojaba escondido en el Chollón a la espera de instrucciones de sus enlaces.

-Y el dueño de esa carbonería no sería por casualidad un tipo encogío con aspecto de mono disecado al que llaman el Flemas, ¿no?- le pregunté atando cabos.

-Pues sí, ¿le conoce?- me contestó.

-Nos ha jodido, si ayer dormí yo allí.- le contesté.

-¿Y eso? ¿Quién le dio la dirección?

-Me llevó un gallego borracho amigo del Flemas que conocí por la calle.

-Vaya mierda de piso franco, allí entra todo el mundo como Pedro por su casa, desde luego el Flemas nunca ha sido de fiar, es lo que tienen los chinos.- Masculló despotricando contra el mundo.

-La verdad es que a mí no me pareció que fuera chino.- Le dije

-Pues cuando la guerra bien chino que era. Era el chino más chino de todos los putos chinos. Pero tienes razón, la verdad es que ahora ya no es ni chino ni ná.

¡Ahora es un puto revisionista!- contestó el Chepas subiendo la voz y terminando con un puñetazo sobre la mesa.

-Pues a mí también intentaron secuestrarme unos tipos americanos en un coche negro como de gangsters que ahora que lo dices muy bien pudieran ser de la CIA.- le dije- Fue al poco de salir de la carbonería esa. Me pusieron un mono naranja y todo.

- Blanco y en botella- contestó- Es la CIA fijo. Y lo del mono naranja tiene mala pinta. Igual se han llevado al profesor a Guantánamo para torturarle mejor. Y todo esto es por culpa de un viejo policía chiflado de la Brigada Político Social de la época de Franco que me tiene enfilao,. Vino a verme a la cárcel haciéndose pasar por mi abogado, para amenazarme si no le daba los nombres de los integrantes del comité central del Partido Comunista Obrero Español en cuya fundación participé en mis años mozos, a comienzos de los setenta. Traía restos chamuscados de mi historial del viejo Tribunal de Orden Público de la dictadura, que había encontrado tirado por los suelos cuando reventamos los archivos de las Salesas. Creía que lo que hicimos fue para destruir esos archivos y estaba muy ufano de haberlos encontrado. El caso es que se le ha metido en la puta cabeza que quiero reconstituir el PCOE de Líster. Y ahora me está buscando como un loco desde que me fugué de la cárcel. Es como esos soldados japoneses que 50 años después de acabar la guerra mundial seguían defendiendo el puesto que les habían asignado en alguna isla perdida del pacífico. Parece ser que les ha llevado mi historial a los americanos de la embajada para pedirles ayuda porque la policía de aquí, aunque le respetan su pensionaza cum laude,. le hacen homenajes y le guardan lotería por Navidad, saben que está de la olla y no le hacen mucho caso.

-¡Joder, pues si éramos pocos parió la abuela! Creo que coleccionáis enemigos por encima de vuestras posibilidades.- dijo Celine.

-Es que no os imagináis lo que trajinan en las sombras los poderes fácticos.-le contestó el Chepas- Con tal de defender sus chiringuitos son capaces de todo. Así ha sido y así será mientras no cambiemos las bases de esta injusta sociedad.

-Ah, por cierto- le dije- encontré la libreta roja que le di al profesor. Estaba en el suelo del váter de la carbonería.

-¡Albricias!- exclamó- ya la daba por perdida. Creí que se la había llevado el profesor y que ahora estaría ya en el Pentágono por lo menos. Es que no os vais creer las cosas que me dijo el profesor que pone en esa jodía libreta. Es una bomba. Parece ser que el puto Aleksander cuenta en ella cosas sobre el futuro. Como si fuera Nostradamus o algo así. Aunque el tipo murió a finales del siglo diecinueve dejó escrito con pelos y señales todo lo que iba a pasar después de su muerte, y lo clavó todo, hasta los nombres de los personajes relevantes, las fechas, las guerras mundiales, la bomba atómica, la llegada a la Luna, el sida... todo, todo y todo, con nombres y fechas, sin equivocarse en nada. No son vaticinios de esos difusos a los que nos tienen acostumbrados los adivinos de tres al cuarto y que hay que interpretar, y que lo mismo valen para una cosa como para la contraria, no, el tío se mojó a tope y acertó al ciento por ciento como si pudiera ver el futuro. Y algunas de las cosas que predice son para años que todavía no han llegado. Habla de una jodida pandemia mundial para dentro de pocos años y del descubrimiento de la energía de la fusión en frío, de la llegada de los primeros hombres a Marte, del primer contacto con inteligencias extraterrestres... Luego se pone en plan técnico a hablar de la relatividad del espacio-tiempo y cita precisamente ese libro que se fue el profesor buscar, porque parece que en él hay alguna clave para descifrar lo que pone en la libreta.

-Joder, esta historia gana con el tiempo y nunca mejor dicho- dijo Celine que estaba alucinada.- Saca la libreta y miramos a ver si pone quien va a ganar la puta Champions este año y como sea el Atleti nos forramos apostando como los de Regreso al Futuro II.

-¿Y si no es el Atleti?- le pregunté extrañado mientras buscaba por los suelos los pantalones rosas de Celine para sacar la libreta que estaba en el bolsillo.

-Entonces no hay nada que hacer, yo sólo apuesto por mi Atleti.- contestó llevándose la mano a donde tenía tatuado el escudo del equipo de sus amores.

-Pues ahora que lo dices, sí que dice algo de eso- dijo el Chepas- Es algo muy curioso, parece que poco antes de morir se encontró en el teatro Barbieri de Madrid a unos vascos que habían venido a ver bailar la Pulga a una famosa cupletista psicalíptica alemana. Luego jugaron una pachanga en la Plaza de Lavapiés y terminaron en un mesón de la Cava de San Miguel, brindando sin parar por el Athletic Club, un equipo de football que acababan de fundar en Bilbao. Entonces Aleksander les dijo que fundaran un equipo filial en Madrid y él les aseguraba que llegaría a ser campeón de Europa. Y añade en su diario algo así como: "por supuesto no les dije que para eso faltaban todavía 125 años ni las cosas increíbles que pasarán en esa mítica final contra el Real Madrid".

-¡Coño! - dijo Celine echando cuentas, - pues no queda tanto, voy a empezar a ahorrar para jugármelo todo.

Al fin encontré los putos pantalones debajo de la cama de agua. Eran unos pingajos de tela rosa mojada y chamuscada pillados por el motor quemado, que tuve que sacar a tirones, y para mi sorpresa en el bolsillo donde debía estar la libreta había una cajita de hojalata de la marca Hierbas Salvajes de la Vera con la cara del camello de Camel bizqueando con un porro en la boca, y un chinarro importante dentro.

-Mira que suerte- les dije- lo comido por lo servido, ha venido el ratoncito Pérez y me ha dejado un regalo.

-Esos no son mis pantalones, Jarri- me dijo Celine- deben ser de la chica de esta noche. Se habrá confundido y se habrá llevado puestos los míos. ¡Joder con la puta libreta! Parece que tenga el baile de San Vito, no para quieta.- y luego añadió tomando las riendas de ese incipiente comando que estábamos creando- Tú Jarry llama a la chica y recupera la libreta, y tú, Chepas, habla con tus contactos para que investiguen a dónde se han llevado al profesor. Hay que rescatarlo antes de que se lo lleven a Guantánamo. Pá mi que si no está en la embajada americana está ya en la base de Torrejón esperando vuelo.

- A sus órdenes camarada- dijo el Chepas cuadrándose- si te parece bien voy a por un Kalasnikoff que tengo guardado para las ocasiones especiales, que estos americanos son de gatillo fácil y no se andan con chiquitas.

-Me parece de puta madre- contestó ella- y si me lo prestas un rato para achantar al hijo puta del portero de mi casa me pasaré por allí a por una caja de sprays de pimienta y una traca de mascletá que me traje de las fallas el año pasado.

Dicho y hecho. No hay como que alguien tome el mando de los grupos para que la cosa funcione. Si no se queda todo el mundo pasmao sin saber para donde tirar.

Desde la oficina de la trastienda llamé a la chica y la muy cabrona me exigió la devolución de su chinarro como condición sine qua non para devolverme la libreta. Mi gozo en un pozo. Quedé con ella en Sol, delante de la Mallorquina. y para no quedarme con mal sabor de boca corté un generoso trozo de mandanga y volví a envolverla en su papel de plata con la esperanza de que no lo notara. No sabía lo que nos depararía el futuro y convenía estar bien pertrechados.

Cuando nos montamos en el Dos Caballos Celine me miró con esa cara de condescendencia con que solía mirarme y me dijo:

-¿Pero que problema tienes tú con los pantalones? En cuanto me descuido vas sin ellos.

Y es que con la emoción de sentirme parte de un comando de acción se me había olvidado que no llevaba.

-Anda, coge algunos de esa bolsa y póntelos, alma de Dios, que con esa gabardina amarilla del capitán Pescanova y sin pantalones como nos pare la pasma se nos lleva pa dentro.

Enfilamos para el Foro y por el camino el Chepas nos contó que el Kalasnikov se lo había regalado el mismo Lìster en persona, que era de los primeros que fabricaron y tenía su nombre grabado en la culata, y que se lo guardaba el coadjutor de la parroquia de las Salesas, un viejo cura rojo de los de toda la vida, en una cripta de su iglesia dentro de la tumba de un templario. Le llevamos hasta allí y paramos en segunda fila delante de la escalinata a esperar que él bajaba a por el arma y nos la trajera.

Mientras le esperábamos, estuvimos flipando con la libreta de la madre de Celine, y descubrimos que donde ella la tocaba con su dedo aparecían imágenes y escenas en movimiento, diagramas, cosas escritas y fórmulas matemáticas, pero si la tocaba yo no salia nada. Parecía como si su dedo fuera la llave para activarla.

Al poco rato salió el Chepas con un envoltorio que cantaba a todas luces que era un puto fusil de asalto AK 47 envuelto en una sotana vieja.

-Tomad, nos dijo. Voy a hacer mis pesquisas a ver si averiguo donde tienen esos hijos de puta secuestrado al profesor. Quedamos mañana al alba en Cibeles delante del Cuartel General del Ejército. Venid con ropa negra.

-Joder Chepas- Le dije- ya te vale, no podemos quedar en algún sitio más discreto coño, que llevamos una puta ametralladora rusa en el coche.

-Como decía el camarada Líster, donde más desapercibido le pasas al enemigo es delante de sus propias narices- me contestó categórico.

Ante tales argumentos que dejaban claro que sabía de estrategias bélicas no discutimos más, le dejamos allí y nos fuimos a la zona de la Puerta del Sol a por la libreta. Aparcamos en una salida de incendios de un teatro que estaba libre y mientras Celine se quedaba cuidando el coche para que nos nos chorizaran la metralleta porque las puertas se abrían hasta con un mondadientes, yo me acerqué a la Mallorquina donde había quedado con la chica de la noche pasada. Siempre me ha arrebatado el maravilloso olor que despide esa pastelería. Como la chica tardaba, mientras la esperaba allí plantado delante de la puerta, el aroma a napolitanas recién hechas me poseyó y aunque no tenía un duro no pude evitar entrar a pedirme una. El truco es no pedirla en la zona de mostrador de pastelería, porque te hacen pagarla antes de comértela, es mejor pedirla en el de la cafetería, que como la pagas al final siempre tienes la posibilidad de salir por patas con ella en el estómago, y además te ponen un café con leche de esos buenos con su espumita y todo, y encima valen lo mismo. Y cuando me vi allí sentado en el taburete giratorio me vine arriba y le dije a la camarera:

-Un café con leche y dos napolitanas para tomar y otras dos para llevar.

Las cosas tan buenas como las napolitanas de la Mallorquina me gusta comerlas con los ojos cerrados para sentir mejor las sensaciones que te producen en la boca, en la lengua y en la garganta, y que nada distraiga a mi cerebro de los sabores y los aromas que despiden. Y estaba zampándome las napolitanas con un placer rayano en orgasmo cuando una dulce vocecilla sonó a mi lado diciéndome "Hola, Jarri. Por fin te encuentro, ya me iba a ir, llevo esperándote ahí fuera media hora". Abrí los ojos. No podía creerlo, llevaba más de media hora saboreando la napolitana con los ojos cerrados. Debí sufrir una especie de éxtasis místico como el monje aquel cuya historia nos contaban de pequeños en el cole que se quedó escuchando cantar a un pajarito, entró en éxtasis y cuando volvió en sí habían pasado cien años. Siempre me ha alucinado esa historia, sobre todo que los cabrones de sus compañeros del monasterio le vieran allí quieto durante cien años y nadie le dijera nada.

Cuando se me pasó el jet lag me dio la libreta y yo le pasé la cajita con el costo, pero como se trataba de droga y soy dado a sobreactuar, lo hice con tan exagerado disimulo que desperté las sospechas de toda la gente que allí había y entre ella la de un par de secretas que se vinieron hacia nosotros con malas intenciones. Yo al verlos eché a correr todo lo que daba por la calle Arenal que a pesar de la lluvia estaba atestada de personal. Corrí como un loco sorteando peatones y coches parados en el embotellamiento habitual y me metí en la galería de tiendas de comisos. Al verme reflejado en los escaparates llenos de lucecitas de navidad, con aquella gabardina de plástico, me sentía como la replicante de Blade Runner perseguida a tiros por Harrison Ford, esperando en cualquier momento recibir un disparo por la espalda y caer atravesando escaparates a cámara lenta. Pero ni recibí un tiro, ni atravesé un escaparate, sino que resbalé con el suelo mojado y me hostié de morros contra uno, reboté y terminé rodando por los suelos entre las piernas de los compradores navideños con un enorme chichón en la frente. Y para más inri no me perseguía nadie. Me levanté avergonzado y salí de allí antes de que llegara la poli a por mí y cuando llegué a donde habíamos dejado aparcado el coche no estaba, Celine se había cansado de esperar y se había ido, así que me fui para mi casa a preparar mi equipo de comando de acción para tenerlo todo a punto al amanecer.

Cuando llegué a casa, por ver de relajarme un poco del subidón que me producía lo que íbamos a hacer al día siguiente, me confeccioné con maestría chicotiana una jarra de agua con gaseosas armisen. Me encanta abrir las bolsitas amarillas y blancas e ir echando los polvos en el agua y ver como empiezan a formarse las burbujillas. Bueno, es que a mi eso de echar polvos me pierde totalmente. Dónde, cúando, cómo y con quién son cuestiones secundarias, lo importante es el "conceto", como decía el gallego aquel de la película Airbag.

En cuanto al vicio por los polvos efervescentes me viene de lejos. Conocía de cuando la mili a un tipo al que le iba cantidad la cosa de la farlopa. Estaba un poquillo estresadete, cosas del curro y eso. Salíamos a veces por lo de recordar historias cuartelarias, ya sabes, que si el sargento este dijo tal cosa que si que risa cuando más tonto que abundio casi muere el día que le encerramos en el váter y vaciamos lo menos cinco litros de aguafuerte pa asfixiarlo, en fin, lo normal. El tío se ponía hasta el culo de lo suyo y un día porfiaba que te cagas porque le acompañara en el asunto. Ganaba una pastizara y la pela le importaba un carajo, si no de qué iba a querer invitarme.

-Ya verás-decía-me la ha pasado un tipo legal, es pura que te cagas.

¿Pura?¿Nos ha jodío el legal de los cojones! La mierda que me esnifé estaba cortada con sal de frutas eno, couldina o algo así. Coca no sé si tendría pero efervescencia... Bueno, fue pegarle el sorbetón nasal de rigor a la cosa y empezar a salirnos espuma por todos los conductos habidos y por haber. Tenías que habernos visto a los dos allí medio muriéndonos asfixiados. No quieras saber el picor. Se oían rebullir como por dentro del cerebro miles de burbujitas. Menudo subidón, macho. Pero el caso es que me vicié. Controlando la dosis no hay problema, y de cuando en cuando me meto una rayita de Couldina, que, como la quina, es medicina y es golosina.

Luego, porque a veces no viene mal desodorizarse un poco, que aun siendo yo partidario de los aromas naturales, por lo del ecologismo y eso, ya sabes, reconozco que en ocasiones huelo a mono, me metí en la ducha, y tras el primer remojón de rigor me embadurné bien la pelambrera con jabón. Me pone la espuma desde que escuché aquello de lo del vientre de espuma que cantaba el maestro Aute, así, que según acostumbro me trabajé una enorme cantidad de blanca navidad que caía sin poderlo remediar por mi cara. A tientas volví a abrir el grifo del agua caliente y éste me contestó que si quieres glogló Catalina. Ni una gota tú. La fría tampoco. Con los nervios abrí los ojos y no quieras saber el terrible escozor que me inundó. Por error había usado el Pato WC en lugar del champú. Me ardían tanto los ojos que perdí los nervios y ya sabes que en esas circunstancias no se toman las mejores decisiones. Así que, tras comprobar que no había agua en ningún grifo, decidí enjuagarme con la de la cisterna del váter. A tientas Intenté meter la cabeza en ella pero era imposible totalmente, o la cisterna era muy estrecha o mi cabeza muy gorda, pero el caso es que no me cabía. Al final, a la desesperada, cogí y metí mi cabeza de cerilla ardiendo en la taza, ya todo me daba igual con tal que quitarme el escozor de los ojos y el picor del cuero cabelludo que iban en aumento. Tiré de la cadena y una catarata de frescor salvaje cayó sobre mi pobre melón apagando las llamas. Era maravilloso, revolví la cabeza en aquella maravillosa cascada de agua cristalina, pero ya sabes que toda tesis tiene su antítesis o quizá era que que a todo cerdo le llega su San Martín, no sé, el caso es que mi coronilla pelada como culo de mono taponaba perfectamente el desagüe del váter, como un desatrancador, haciendo incluso ventosa, y la taza se llenó de agua inundando sin compasión mis fosas nasales y mi boca, y al intentar sacar mi segundo órgano favorito para respirar noté horrorizado que los pelos se me habían enredado de tan mala manera en los innumerables cacharritos de plástico, de esos que llevan pastillas desodorantes que algunos acostumbramos a poner colgando en el reborde de los inodoros para intentar que lo sean, y por más que tiraba no había dios que los desenredara. En mala hora para evitar que siempre se estuvieran cayendo cogí la costumbre de sujetarlos con alambre a los agujerillos de la loza por los que sale el agua. Cuando me dí cuenta de que la cosa pintaba en bastos ya era tarde. Grité pidiendo ayuda pero solamente conseguía emitir guturales glugluteos bajo el agua, que, salvo un experto, cualquiera hubiera confundido con los sonidos de hacer gárgaras con elixir licor del polo.

Dicen que dios mata pero no ahoga, o quizá es al revés, el caso es que al parecer me había dejado la puerta de la calle mal cerrada, y mi vecina, andaba a la sazón metiendo su periscopio en mi casa para husmear un poquillo, y quiso la diosa fortuna que en ese preciso momento, de los titánicos esfuerzos que estaba yo haciendo para intentar liberar mi cabeza de aquella trampa mortal se me escapara una estruendosa ventosidad que sonó como las trompetas que derribaron las murallas de Jericó. Desde crío tengo oído aquello de come mucho, pee fuerte y escaparás cien veces a la muerte, así es que siempre he hecho de esta máxima una norma de vida y no me va mal.

Cuando la buena mujer se asomó y me vio de aquella guisa, desnudo, con la cabeza dentro del váter haciendo gargarismos, convulsionándome por los esfuerzos y frente a ella mis sufridas posaderas tronando con saña furibunda, interpretó la cosa como de aberraciones sexuales de viciosos solitarios más que como de emergencias in artículo mortis, así que, supongo que no siendo partidaria de unirse a aquella fiesta por ser quizá demasiado fuerte para sus costumbres, puso pies en polvorosa y salió de mi casa como alma que lleva el diablo, pero se topó en el descansillo con los García San Juan, matrimonio mal avenido de los de toda la vida, que al verla salir huyendo, demudada la color y tropezando con las bolsas de basura que yacían junto a mi puerta, indagaron sobre el origen de tan raro proceder, y como quiera que mi pobre vecina sólo alcanzaba a farfullar palabras con poca o ninguna hilazón entre sí, mientras señalaba hacia mi casa, don Tomás, huérfano de guardia civil por parte de madre, encabezó una expedición de toma de contacto con el terreno y al ver la situación en la que me hallaba ordenó a su señora que esperara fuera para evitarla el espectáculo que allí se exhibía, pues era él hombre de rancias tradiciones proteccionistas con las mujeres, y tras hacerse una somera composición de lugar se acercó a mi y a voces me dijo:

-¿Necesita usted ayuda buen hombre? - Ociosa pregunta pues yo ya me encontraba practicamente con un pie en el otro mundo o por mejor decir con la cabeza en el otro mundo que en mi caso era la parte del cuerpo que primero había de realizar el inefable tránsito a mejor vida. -¡Este hombre se está muriendo ahogado! -Sentenció luego en tono rotundo dirigiéndose a su mujer, que como era de prever no se había quedado fuera tal como él había ordenado,

-¡Habrá que llamar a Samur!-añadió

-¡Pero cuando lleguen se habrá muerto ya!- objetó juiciosamente su señora.

-Ese no es nuestro problema, las cosas se han de hacer siguiendo los pasos reglamentarios, iré a dar el aviso- Y se abrió camino rebuscando entre el desorden habitual de mi casa el teléfono para hacer la llamada de rigor, mientras su señora me decía a gritos que no fuera hacia la luz, y al oírlo abrí instintivamente los ojos acojonado, pero allí dentro del váter no había una puta luz hacia la que ir, y de haberla habido habría nadado váter abajo hacia ella sin dudarlo, como el Mark Renton de Trainspotting tras su supositorio de opio, pues nada podía ser peor que seguir allí a medio morirme rodeado de inútiles, y seguro que en las profundidades aunque me hubiera ahogado, me encontraría un ovni y me salvaría como a los de Abyss.

Entonces mi vecina tuvo la feliz idea que habría de salvarme la vida, darme aire. Arrancó el tubo de la ducha de teléfono y lo metió bajo el agua para que lo cogiera con la boca y pudiera respirar. Así, respirando por un tubo pude seguir en el mundo de los vivos, del que de momento, y hasta la fecha, aún no me he apeado, aunque, como irás viendo, no por falta de oportunidades para ello.

Y allí se quedaron de charleta, ya más relajados, mis convecinos mientras esperaban la llegada de la autoridad competente en estos casos.

Al bullicio de la tragedia ajena fueron congregándose más y más copropietarios del inmueble, y llegó un punto en que habíase formado espontáneamente una reunión de vecinos tan numerosa que aprovechando que tenían el quorum exigido por la Ley de Propiedad Horizontal pasaron a discutir temas candentes como la instalación de antenas parabólicas o el arreglo de los sótanos, mientras sus hijos iban y venían rebuscando tesoros por mi casa y riendo mientras canturreaban burlas sobre mi persona.

-¡Es un guarro comemierdas, es un comemierdas!- Claro, las criaturas me veían así, con la cabeza dentro del váter y es lógico que pensaran que era un coprófago tan vicioso que no era capaz ni de comer con educación sentado a la mesa como todo el mundo.

Como la cosa se demorara más de lo deseable, y a la vista del escándalo que mi postura y desnudez causaban en la alegre chiquillada, el presidente de la comunidad, haciendo uso de sus poderes temporales, ordenó que alguien me echara por encima una toalla o algo que tapara mis vergüenzas mientras llegaban las fuerzas de élite llamadas para la ocasión, y mi vecina echó púdicamente sobre mí su fantástico albornoz rosa del Play Boy, con lo que la reunión de vecinos pudo seguir con más tranquilidad pasando ya directamente al punto de ruegos y preguntas. La espera se me hizo interminable, me temblaban las piernas, no podía más y empecé a pedir clemencia a gritos por aquel tubo. Pero ellos no me oían, estaban tan enfrascados y acalorados con sus discusiones que sus voces ahogaban la mía, además, los críos, por hacer una broma habían metido el otro extremo del tubo de la ducha por el desagüe del lavabo y mis gritos de auxilio se perdían en el inframundo.

Finalmente llegaron los hombres de Harrelson disfrazados de bomberos dando órdenes a diestro y siniestro. Fueron recibidos con murmullos de general admiración y el presidente de la comunidad les dio gustoso a aquellos fornidos muchachotes de ajustada vestimenta la vara de mando de la situación, e incluso, al que calzaba el paquete de mayor porte, le dio además el número de teléfono.

-¡No se me amontonen, señores! ¡Dejen trabajar a mis hombres!- decía el que hacía las veces de jefe del escuadrón.

Una vez estudiado el problema me dijeron a voces.

-No se preocupe, vamos a sacarle de aquí enseguida.

Y efectivamente, con unos cuantos golpes con la parte roma del hacha hicieron añicos la taza del váter y alguna que otra cosa más por el simple placer de romper ya que les había sabido a poco, y al instante quedé liberado.

Y al pasar delante del espejo del baño, sujetado por dos bomberos como la copa de un pino, que con sus historiados uniformes parecían talmente dos centuriones romanos, cubierto mi desnudo y magullado cuerpo solamente por el albornoz rosa echado sobre mis hombros a modo de túnica, aturdido por los golpes de las hachas que aun resonaban en la oquedad de mi pobre cráneo, tiritando como un pollo, con la cabeza orlada de alambres retorcidos y oxidados, con las jaulitas de plástico de las pastillas desodorantes y trozos de loza aun colgando, enredado todo ello cual corona de espinas en mi pelambrera desbaratada, con hilillos de sangre que empezaban a a caer por mi frente, pálido, con los labios morados, con el tubo de la ducha saliéndome de la boca, que debido al agarrotamiento mandibular causado por el frío del agua y la tensión nerviosa tenía fuertemente mordido y no conseguían quitármelo, y con dos enormes velones dignos de retirar la custodia por abandono de sus deberes paterno filiales a los padres del niño que los portara, sufrí una alucinación, debida seguramente a la hipoxia cerebral por ahogamiento, y me vi claramente como un Ecce Homo camino del Calvario, y llevado por el recuerdo de mis participaciones de cristiano preadolescente preprogre en la pasión viviente de Morata de Tajuña, dije declamando lo mejor que pude ante toda la concurrencia: -"¡Elí, Elí. Lama sabactaní ! - y dejándome caer entregué mi espíritu.

Para cuando llegaron los del Samur armados con bombonas de oxígeno, desfibriladores y demás achiperres de curar, yo yacía en mi cama fuertemente sedado con tres o cuatro copas de soberano que me había dado mi vecina, la cual estaba custodiándome sentada a mi vera. Quisieron llevarme al hospital o subsidiariamente experimentar con mi persona in situ la eficacia de sus nuevas y modernísimas adquisiciones instrumentales, pero yo me negué con vehemencia al ver al fondo a uno de ellos que estaba sacando una de esas bolsas de papel de plata dorado de tamaño natural para envolver fiambres. Y es que, no sé que tendrá la vida, pero uno se agarra a ella como gato panza arriba.

Mi vecina siguió sirviéndome coñac hasta dejarme con las capacidades volitivas por los suelos, momento que aprovechó para, con la excusa de ponerme un pijama no me fuera a enfriar, intentar retomar los abusos deshonestos sobre mi persona donde los había dejado en su anterior intentona frustrada por la aparición del camionero polaco, pero como mis mecanismos externos no respondían a estímulo alguno, muy a su pesar hubo de abandonar la presa y dejarlo para mejor ocasión.


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